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Entre los precursores de esta teoría cabe destacar al premio Nóbel en química sueco Svante Arrhenius, nacido en 1859, quien planteó que la radiación luminosa de las estrellas capturaba gérmenes y los impulsaba haciéndolos viajar por el espacio. A modo de ejemplo, calculó que desde la estrella más cercana al Sol, Alfa Centauri, dichos microorganismos tardarían 9000 años en llegar a la Tierra. Es la llamada teoría de la radio panspermia, y quedó progresivamente abandonada cuando Paúl Becquerel demostró que estos supuestos gérmenes serían destruidos a causa de las radiaciones ultravioletas, las bajas temperaturas y el vacío casi absoluto.

A partir de los años 60 del Siglo XX cobró fuerza otro modelo, el de la lito panspermia, según el cual la vida podría viajar protegida en el interior de meteoritos, y haber llegado a nuestro planeta desde su lugar de origen. Sus principales defensores han sido los físicos Sir Fred Hoyle y Chandra Wickramasinghe. El hecho es que la supervivencia microbiana en el espacio quedó demostrada en 1969, cuando la nave Apollo XII trajo desde la Luna los restos de la sonda Surveyor III, enviada allí en 1967. Entre estos restos se encontraron colonias de microorganismos que habían sobrevivido al viaje de ida y vuelta a nuestro satélite, y para ello habían recurrido a piezas de goma como fuente energía.

Más allá ha ido Francis Crick, a quien debemos junto a James Watson el descubrimiento de la estructura del ADN. Crick, en un artículo de 1972 y posteriormente en su libro Life itself: its nature and origin, de 1981, sugiere que la vida pudo llegar a bordo de una nave espacial extraterrestre no tripulada. Sería la teoría de la panspermia dirigida, y es una mera especulación mientras no se halle vida inteligente en otros sistemas solares, no obstante, muchos científicos han propuesto el proceso inverso, es decir, enviar colonias de microorganismos a otros planetas para iniciar allí la vida.

En 1961 Joan Oró especuló con la posibilidad de que los cometas habrían aportado a la Tierra en gran número moléculas orgánicas. Ocho años después se realizaron meticulosos análisis de un meteorito caído en Australia, y se hallaron 74 aminoácidos distintos, 250 tipos de hidrocarburos y las cinco bases que forman el ADN y al ARN (adenina, guanina, citosina, timina y uracilo). Otros estudios han dado resultados equivalentes.

Modelos como el de Carl Sagan muestran que en los primeros tiempos de nuestro planeta la aportación de estos compuestos a bordo de meteoritos podría haber ascendido a unas 400000 toneladas anuales.