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La filosofía de Kant fue reivindicada por la escuela de Frankfurt como instrumento de reflexión y revisión del marxismo. Los problemas devenidos tras las revoluciones en los países del socialismo real no fueron sólo de crisis del modelo socialista y de esclerosis de libertades, también abrió preguntas en el occidente capitalista.

La Escuela de Frankfurt trató de revisar esa visión marxista desde un criticismo kantiano, previendo y alertando sobre los fracasos del socialismo real y moderando el alcance “revolucionario” con el legado ético kantiano. El individuo no podía desaparecer en la masa, en el “pueblo”, en el “partido” ni bajo ninguna identificación alienante que lo sometiera al dictado acrítico de una mayoría creada artificiosamente desde el poder como había pasado en los países socialistas.

Adorno y Horkheimer, pertenecientes a esta escuela, pusieron en cuestión desde una óptica kantiana la razón instrumental. El avance de la ciencia y la introducción de la mentalidad positivista en las ciencias sociales relegaba todo lo que no fuera reductible a medida y a cálculo a la trastienda del mito. Ese reducionismo deshumanizador era el peligro de las sociedades modernas. Desde esa misma escuela, Habermas, filósofo aún vivo, desarrolló y prolongó al pensamiento de Kant primero desde la Teoría Crítica y, luego, desde una concepción de la razón comunicativa.

La teoría crítica buscaba superar la distancia del sujeto empírico con relación al sujeto trascendental, del sujeto aquí y ahora con relación al sujeto visto en la escala trascendente del devenir moral de la humanidad. Para ello había que superar la filosofía centrada en el sujeto de la conciencia que acababa por cosificar la razón como un objeto que se posee.

Frente a esta visión sustancialista de la racionalidad, Habermas desarrollará la idea de una racionalidad comunicativa, dinámica, en constante formación a partir de la interlocución. La racionalidad no es una abstracción, sino el punto de partida constituyente de la acción política y social. Los interlocutores, sindicatos, movimientos sociales, partidos, naciones, deben establecer unas reglas de comunicación, de diálogo, más allá de los desacuerdos coyunturales o de los intereses que portan cada uno de ellos. La razón dialógica debe contar con esos intereses y ponerlos en juego en el marco de un diálogo, de una mediación lo más equilibrada posible. La comunicación no puede establecerse en una sola dirección, de arriba abajo, sino buscando la interlocución efectiva y multilateral.

La razón no está en la cabeza de nadie se construye en el diálogo. Y la verdad no es una cuestión epistemológica en el sentido clásico, y por tanto no puede justificarse desde un plano ahistórico, sino que está erradicada en el discurso racional, transido de interlocución.

Las sociedades modernas han construido una racionalidad potente por ser abierta y no quedar clausurada en el mito o bajo el signo intocable de lo sagrado. Habermas cifra esa potencia en la diferenciación que nuestras sociedades han establecido entre la ciencia, la moral y la estética. Pero el peligro de estas mismas sociedades radica en la hipertrofia tecnocrática. La razón comunicativa debe hacer frente a la progresiva autonomía del desarrollo de la economía y de la política armadas con un pensamiento puramente tecnocrático y quedando, así, separadas totalmente de lo que él, tomando la expresión de Husserl, llama el “mundo de la vida”.

Es precisamente la colonización imperialista de este mundo de la vida, por la economía y la política tecnocrática, la que está poniendo en peligro la autonomía de la voluntad y la pérdida de los fines propiamente humanos. El respeto a la persona, la consideración de fin en sí misma, tal como plantea Kant para librarla de la máquina del intercambio capitalista, de la equivalencia que anula todo valor como absoluto, no es aún una apreciación pasada. Habermas mismo la sigue tomando en cuenta y no sólo él, pues la idea de extender una plataforma de derechos Humanos universales toma como centro de valor justamente ese a priori, que Kant postulaba en una de las formulaciones del imperativo categórico.

Kant poseía una visión de la historia más amplia que la nuestra y con un carácter trascendente. No se puede concebir la historia -afirmaba- en su dinámica desde el individuo, ni siquiera desde un pueblo, sino desde el género humano. Y su optimismo, aunque matizado y orientado por una concepción distinta de la racionalidad, resuena también en este filósofo alemán, quizá el último de los grandes filósofos vivos.